miércoles, 31 de julio de 2013

Porfirio Mamani Macedo(biografía, imágenes, fotos y videos)

Biografía de: 
Porfirio Mamani Macedo

Porfirio Mamani Macedo
1963-
Porfirio Mamani Macedo nació en Arequipa (Perú) en 1963. Es Doctor en Letras en la Universidad de la Sorbona. Obtuvo su título de abogado en la Universidad Católica de Santa María, después de haber cursado estudios de Literatura en la Universidad de San Agustín (Arequipa). Ha colaborado con poemas y cuentos en varias revistas de Europa, Estados Unidos y Canadá. Es autor de poemarios, novelas y cuentos que han sido publicados en varios países, v.g: Ecos de la Memoria (poesía) Editions Haravi, Lima, Perú, 1988.  Les Vigies (cuentos) Editions L’Harmattan, Paris, 1997. Voz a orillas de un río/Voix sur les rives d'un fleuve  (poesía) Editiones Editinter, 2002.  Le jardin el l’oubli ,(novela), Ediciones L’Harmattan, 2002.  Más allá del día/Au-delà du jou (poemas en prosa), Editiones Editinter, 2000.  Flora Tristan, La paria et la femme Etrangère dans son œuvre , L’Harmattan, 2003.(Ensayo).  Voix au-delà de frontière , L’Harmattan, 2003.  Un été à voix haute , Trident neuf, 2004. Poème à une étrangère, Editions Editinter, 2005. Avant de dormir, L’Harmattan, 2006. La sociedad peruana en la obra de José María Arguedas (El zorro de arriba y el zorro de abajo), Lima, Fondo Editorial de la Universidad Mayor de San Marcos, 2007. Représentation de la société péruvienne au XXème siécle dans l'œuvre de Julio Ramón Ribeyro. París, Editions L'Harmattan, 2007.Su carrera en el magisterio lo ha llevado a impartir clases en varias universidades francesas.
Sos poemas
LA PALABRA

Para mi hija Alba Ondina Manuela

I

Nada es efímero, ni el dolor ni el placer.
Corremos de una puerta a un árbol solitario,
de un puente a una gruta que guarda el tiempo.
Cada mirada es un descubrimiento perfecto.
La lluvia es el sol que ocultan ciertas nubes.
Nuestra palabra es un grito irreversible en la nada.
Escribimos un nombre de alguien que no conocemos.
Oramos en el templo desierto del olvido
y soñamos con Dios encadenado a su dolor.
Somos peregrinos sin fe por el desierto
y dormimos sobre la blanca arena mirando el universo.
Para existir, a veces, inventamos un amigo,
le damos un nombre y con su recuerdo
nos perdemos en un bosque de palabras que se mueven.
Decimos que venimos de otro pueblo y nos confunden
con la lágrima que dejaron los que se fueron.
No conservamos nada del silencio que nos procuró
la suerte, el destino que no deseamos tener jamás.
Como aquel oscuro pasado, sobre la hierba cruzamos
para alcanzar el recuerdo que dejaron los otros peregrinos.
En una calle encontramos la sonrisa de un desconocido,
luego nos sentamos en una piedra para ver
las huellas que sobre la hierba quedan,
y también tu rostro que en la penumbra esperando queda,
amigo, hermano, la palabra que nos salve.

II

Entonces, pienso en la palabra que a todos no libera
del miedo, de la sombra que cerca la memoria,
del aire que se filtra por las rendijas del dolor.

Pienso en la palabra que a todos nos libera
del dolor que encontramos en este valle.

Pienso en la palabra que nos nombra un camino,
aquella que nos muestra la ventana, no el olvido.

Pienso en la palabra que me dio un amigo en la frontera,
aquella que abrigó con un pan todo mi destino.

Pienso en la palabra secreta que a todos
nos espera en alguna parte, desnuda y sola.

Pienso en la palabra que pronunciaron otros hombres,
aquella que abrió las puertas del insomnio.

Pienso en la palabra que me dejaste escrita en un árbol
aquella que ya escribieron otras manos en otros muros.

Pienso en la palabra destinada por otros al olvido,
aquella que me nombra, un ruido, una cosa, una imagen.

Pienso en la palabra que separó las aguas del mar,
aquella que atravesó todo un desierto.

Pienso en la palabra que soñamos
en el fondo de una gruta.

Pienso en la primera palabra que pronunciamos
con dolor, por este camino que nos lleva a alguna parte.

Pienso en la palabra que no pronunciaré un día,
aquella que todo lo nombra, que todo lo revela.

Pienso en la palabra que escribí en una carta
a un desconocido.

Pienso en la palabra que mide el tiempo,
aquella que destruye los caminos como las noches.

Pienso también en la palabra que encontré a orillas de un río,
en aquella que me dio un niño en el alba
para cruzar el ancho día.

III

No era la noche sino la luz
No el pasado sino el camino que faltaba recorrer
Eran sus manos agarrándose de una rama
Eran voces que rodaban de sus labios
Era su larga cabellera que jalaba el viento
No era la noche sino sus ojos en la noche como luces
No era una estrella sino una ventana abierta:
era su voz que llamaba en el centro de un bosque y también
el ruido de sus pasos que sobre la arena iba dando.
Yo la esperaba cada tarde
al pie de este roble que sombrea mi cansado cuerpo.
No era la duda sino su voz que cortaba el viento,
su voz que refrescaba todo mi cuerpo en el desierto.
Pero hoy que quiero verla no la veo
y así, hacia una sombra que se mueve en el camino yo me acerco.
Hundo mis pasos en el polvo que ha soplado el viento,
jalo mi cuerpo como se jala una roca del camino.
No era la noche sino la palabra que inventa el día
para que todo fuera diferente en el huerto prohibido,
para que los niños no miraran en sus manos
el hambre,
la sed que corría como un río por los cuerpo de los desgraciados.
Era otra sombra que ya nadie quería recordar,
el rostro que ya nadie quería recordar.
No era la noche sino el viento que bajaba o subía al cielo.
Era ella, la palabra, la voz que creo todo el universo
y todas las cosas que en el universo existen.
Era la piedra que en la piedra se formaba.
Eran los mares que impacientes me esperaban.
Eran las flores que miraban nuestros ojos en los prados.
Eran los manantiales que nacían del vientre de la tierra.
No era la noche sino un camino abierto que todos esperaban.
No era el fuego sino la fuente del reposo
allí donde encontraran los desgraciados
agua para lavar sus miserables rostros
que vivieron como huyendo de la vida de los afortunados,
pues nada les dejaron sino olvido, indiferencia y desprecio.
Era la palabra que todo lo guarda y todo lo recuerda.

LLUVIA DESPUÉS DE MI CAÍDA

Cae lluvia mía,
tres días y tres noches,
lluvia mía.
Cae como trueno
sobre los ojos de los desgraciados.
Cae lluvia sobre las calles de París,
por estas que camino,
enlodado hasta mis codos.
Cae para que arrastres en tu piel
la miseria que todos respiramos.
Cae para sentir fresca la mañana.
Cae para que vuelvan a sonar los ríos,
para que se abran las noches,
para que yo vuelva a mirar los ojos de la gente
y mis hombros soporten sin dolor
la pena,
esta cosa que veo en cada pecho,
hoy que camino entre dudas por esta orilla.
Cae humana lluvia
para borrar mis huellas y mi nombre,
para cerrar mis ojos a la historia.
Cae lluvia mía como un recuerdo
no vivido,
como un sueño tanto tiempo ya esperado,
como tierna melodía en este viaje.
Cae lluvia mía para abrazar tu piel
cuando me mojes gota a gota.
Cae para limpiar el aire oscuro,
aquel que brilla detrás de cada puerta.
Cae como una enfurecida ola,
para limpiar mis ojos
y las sombras de mis ojos.
Aquí te espero junto a una piedra,
desde aquí te veré llegar,
como un divino laberinto,
abrazando entre las ramas
las noches que acogieron a mis ojos.
No más oreja ni ojo
en el umbral de mi caída,
ni palabras que me hieran como espadas.
Borrar quisiera las nubes de mis ojos.
Alejar quisiera la pena de los desgraciados.
Allá van como sombras sin destino.
Por allí asoman sus flacos rostros desamados
a la aurora que vuelve a despertar sus ojos.
Seres que del sol vienen huyendo.
Seres que la lluvia acoge como hijos.
Almas que florecerán en alguna parte.
Ríos que irrigarán otros amores olvidados.
Cae lluvia para incendiar mi pecho.
Cae lluvia mía,
tres noches y sus días,
para sentirte cuando duermo
agotado,
sin mirar por la ventana,
el sol que nunca llegará.
Sólo tú, lluvia mía,
conducirás los recuerdos de los desgraciados
por los más estrechos caminos
que te ofrecerá el viento miserable.
No son sólo lágrimas
lo que del cielo nos ofrece la desventura,
es también la pena,
de una voz que nadie escucha.
Pero tú,
lluvia que te posas en mis ojos como un sueño,
lluvia que fecundas la tierra sin dolor,
lluvia, sustento de todo lo que existe,
llévate esta pena como herencia de todo lo vivido.
Lluvia, alma de mis ojos en la noche.
Lluvia, peregrina del desierto,
cae como un rayo en mi camino,
cae y vuelve a caer,
para sentir el olor de la tierra,
para sentir el frescor olvidado de la hierba,
el sonido de cada paso que damos en la duda.
Cae sobre las noches que imploran en secreto,
las voces de los desgraciados,
aquellos que sueñan con un árbol,
aquellos que nunca han sido amados,
aquellos que en la mirada llevan una herida.
Húndete en la piel de cada cosa,
en cada cosa imaginada,
en cada piel meditabunda.
Pero cae sobre los bosques,
sobre los cristales de los bosques
para oírte cuando pases
y humedecer mi rostro en el camino.
Allá van distanciadas
unas de otras las voces de los desgraciados
repitiendo sus nombres en los valles
como lamentos de almas penitentes.
Cae por ellos, lluvia mía
para acompañar su silencio y su dolor
entre tanto ruido
que hace la despiadada gente.
Cae lluvia mía.
Cae como un milagro,
tres días y tres noches,
Lluvia mía.

EXTRANJERO

Como ayer, no haz de esperar a nadie,
viejo caminante del desierto.
Mirarás el espejismo de tu propio laberinto
y nadie, en la dudosa noche,
ni siquiera el viento dispersará
el polvo que en tus ojos ya reposa.

Lejos están los valles, lejos los ríos
que una vez guiaron tu llegada.
No habrá ruidos ni sombras
en los prados de la noche.
Sólo tú, entre las rocas,
una puerta buscarás para salvarte,
y nada encontrarás en el vacío
que a tus ojos ofrecerá el cielo.

Volverás como vuelven
las aves a posar su vuelo en las orillas.
Sentirás el aire descompuesto
que inunda las ciudades.
Querrás encontrar lo que soñabas
mas nadie oirá tu llanto peregrino,
ni la voz que derramando vas por el camino.

Tan profundas son las noches en tus sueños,
tan profundas son las noches en tus ojos,
tan inmenso es el camino,
que con dolor te falta recorrer.

No me busques, extraño caminante,
pues nada ofrecerte podría si me encuentras.
Ciegos están mis ojos, ciega mi memoria.
Yo, como tú, busqué una piedra para cobijar mi soledad;
nadie en esta tierra abrió sus brazos para estrechar
mi corazón, mi viejo corazón desconocido.

Mas veo que tercamente sigues,
rodando en el silencio tu palabra;
cruzando parques y jardines y ríos
que sólo tú, caminante, miras,
como yo miro aquella indescifrable nube,
que pesadamente arrastra el viento,
sin saber dónde abandonarla.

Se incendiará la noche una vez más,
con el reflejo que de tus lágrimas,
te dará la desventurada,
aurora que no verás pasar,
cuando tú pases como Angel solitario.

El sudor que de tus sienes
verterás en el desierto,
humedecerán tal vez,
las palabras que entre dunas,
vas sembrando sin saber,
el destino que a cada una de ellas les espera.

Tan estrechos son estos caminos,
tan amplia tu palabra,
raro caminante,
que en la bruma del tiempo no te pierdes.

Todo el que mira tu silencio,
mira también los pasos que das en el desierto.

Qué podría darte yo,
amigo de la noche,
hoy cuando te acercas a mi lado.
Nada conservé en este viaje,
tan solitario como el tuyo.
Sólo podré heredarte mi palabra,
mas no sé que podrás hacer con ella,
si cobijar no podrán jamás,
tu silencio y tu dolor.

CARTA A UNA EXTRANJERA IMAGINARIA


Recojo estas palabras del silencio que me abrigan,
en tu ausencia ; hoy cuando camino
por los laberintos que habitan las ciudades.
¿Dónde estarás tú, extranjera, hoy cuando te escribo ?

¡Cómo no imaginarte, lejana y dulce ;
apasionada y triste, por las orillas de este río !
Allá estarás tú, en el extremo de la tierra,
esperando la voz, ésta que te busca entre las gentes.

No son sólo los mares los que dan reflejo
a tus cansado ojos, son también,
los espejismos que cubren los desiertos.
Siento que los vientos australes me alargan tu mira.

En tu mansa cabellera se pierde mi silencio,
hoy cuando llueve inquietudes en mi pecho,
hoy que llevo mi cara de triste caminante ;
mas por allá va una estrella buscando su destino.

Tan lejos están tus pasos de los míos,
tan lejos tu mirada de la mía,
tan fundida va la sombra en la sombra ;
pero los corazones, envueltos de esperanzas, borran inmensidades.






MÁS ALLÁ DE LA FRONTERA

a
Odio y Amor no nos abandonan
Nostalgia, palabra y beso
Lluvia, tierra y canto
Sombras que se acercan al parque
Papeles, agua, ruido que se pierde
Rostro, cara que nos devuelve el viento
La noche, el vuelo, un adiós olvidado
Hora que pasa y vuelve
Y tocan a la puerta y miran mis manos y mi sangre
Frontera, Enigma que me miras
Abrigo de todo aquello que ignoramos
Tú que me esperas con un ojo y con una linterna
Yo me alejo de tu vientre, mas otra tierra en invierno me recoge
El olor a lluvia queda
El hambre y la caída
El café no bebido
El dinero no cuenta, cuenta el rostro, la piel que nos envuelve
Caballos en los sueños
Cascos de caballos en los sueños
Estoy sentado en alguna parte que nadie ignora
Y una sombra salida de un caballo
me muestra la calle, no un parque
Mudo Cervantes
Mudo también don Quijote y su escudero
Mudos los muros de Madrid
Yo me alejo
Papeles, ruidos que empuja el viento
Más allá una puerta
y detrás de la puerta una mujer desnuda
La Plaza de los Toros y un teléfono que no suena
Son las nueve y las calles desiertas
Hojas de aquel otoño inolvidable
Ramas que cuelgan de la nada
Lágrimas que brotan de la tierra
Hospitalidad, semilla que no germina
Flores marchitas que no esperan a nadie
Viento que transpira
Todo no queda en ti, viejo Enigma que me sigues
Ni en tu sombra, ni en tu ruido nocturno
Es 1991, es noviembre o diciembre, quién diría 500 años ya
y yo y mi sombra detrás de la frontera
Y todo es nada en la memoria
Voces, miradas secas, indiferencia y desprecio
Tanto haber nacido
Tanto haber soñado
y no comprender nada
de aquel hermano extranjero que me mira
Otras escaleras, otros puentes nos esperan

h
Noche, sombra de la nada
Abrigo oscuro de mis pasos y mi nombre
Llave, palabra que encierras todo el universo
Me acerco por el barro a cada puerta
Luces y noches que no me alcanzan
Amores marchitados en las aceras de una calle cualquiera
Labios, fantasmas de mujeres que me hablan
Ojos, llanto, universo incomprendido
Hora que me cerca en la sombra
Pasos, ruidos de la gente que no me habla
Distancia, llano de mi frente
Enigma, espada de mis sueños
Camino incierto que te precipitas a mi sombra
Hojas que se quedan en el barro
Dueño que juegas a los naipes con un ojo
y con el otro esperas que te pague, el paso de la noche
Tiempos aquellos, estos que viven como espadas
Tiempo que marchas incansable en el barro de cenizas
Sombras extrañas que me salvan
en la noche y en la aurora
Vientos, ruidos, gestos
que hunden sus huellas en mis huellas
Puerta indefinida
Merienda que no consumo
Siesta, sueño que te inventas
Polvo, tiempo que me encierras
Madre española que me serviste tu olvido en un plato
cinco días y sus noches
Tú que me mostraste las puertas sin manubrio
Tú que me esperabas en la tarde como a un hijo
No todo es sombra en la caída
Es también mi inocencia peregrina
La mirada que no me devuelve el destino
El mar que no me trae el viento
Todo aquello que no se siente como piedra en el camino

LA SOMBRA

Protege sombra la sombra que camina,
no su destino, ni las voces que derramando
va tras unas huellas que en la oscuridad se pierden.
Devuélvele la aurora y los signos
que otras manos le arrebataron de su vientre,
en aquel tiempo que la memoria no olvida.
Sólo quiso ser un hombre, no el espectro de un hombre.
Toda la distancia errada,
ni las llagas que de su cuerpo brotan,
abarcan su destino, sólo su recuerdo.

Díctale en la noche, sueños, no visiones
que de la lumbre, ya despierto, lo distancian.
Muéstrale los ríos virginales que se ocultan
de sus ojos marchitados.
Devuélvele la luz en su difícil laberinto imaginado.
Sólo quiso ser un hombre, no el espectro de un hombre.

EXTRANJERA XXVII

Dime tú, piedra, qué quedará de nosotros
de este rostro azotado por el viento
de aquel corazón entristecido que me busca
de aquellos ojos que son la luz y la tormenta.

Tiempo de abundancia y de agonía
protege los errantes pasos
de aquella extranjera peregrina de los mares
de aquella sombra indefinida que se forma a mi costado.

Seguramente nos verán pasar por un puente de París
Cruzar un oscuro parque de Berlín
Huir de una ciudad como Madrid.

Tú, bella extranjera, más allá de las fronteras que se forman
espérame, allá, donde siempre ha de brillar el sol.

POETA EN UN VALLE

El

Pasar lo vi diciendo:

"Yo amar quisiera
la peregrina estrella
que mis ojos tantas noches imaginan,
no el desierto que a mi voz depara
la rara suerte que me presenta el día.

Para qué orar
me digo cuando oro,
al lado de este muro frío
que del viento me protege,
si nadie consolar
podrá mis ojos
que en la soledad se pierden
con los días"

Pasar lo vi por este río
como sombra encadenada a su destino.
Llevaba en su mirada
una herida
profunda como un valle
que en el desierto espera
ser nutrido por la lluvia.

Hacia el mar lo vi andando
buscando con sus ojos una sombra
que a sus pasos guíe
hacia otro rumbo que no sea la muerte.

"Te esperé, noble Esperanza en el camino.
Pregunté por ti a los que duermen.
Grité tu nombre en el desierto,
mas sólo el eco de tu nombre,
me trajeron
las tristes aves que del mar vinieron,
huyendo
por todo aquello que sus ojos
desgraciadamente vieron
crecer sobre las aguas de sus mares"

Vi que aves y hombre se alejaban,
hacia un lugar donde ambos ignoraban
ver el agua que a sus labios prometieron,
otros labios, que de esta tierra nunca fueron.

LUNA

Por una calle lo vi
pasar como un espectro
con extraña voz diciendo:

"Dime que no estoy muerto
despiadada Luna
que en esta dura noche
alumbran las estrellas a mis ojos.
Quedarme yo quisiera
a mirar por los pasillos
la indescifrable noche.
Rudo despertar das para mis ojos,
Imagen que de la oscuridad te acercas,
como un ocaso
que huyendo aleja las sombras a los mares.
Mas estos ojos
buscando van en las tinieblas
unos dulces ojos
que de las tinieblas los aleje.
Qué ha de ser sino esta palabra;
que con dolor ya nos oculta,
la noche, la sombra desnutrida.
No es sólo mi nombre
lo que en la penumbra pena,
son más las voces
que desgraciados
soportar en su alma ya no pueden,
son los niños
que abandonados fueron
en el vientre de la noche.
Son los muertos
que en el inferno habitan;
son también los hombres
que mirar no quieren lo que miran.
Dime, complicada Luna,
Si esperar mi ojos deben,
la luz que otros ojos pueden
traer para consolar,
los pasos que dando voy por este mundo."

Lo vi, con voz cansada,
por un sagrado valle alejarse
mirando la sombra que en la noche lo seguía.
Vi que de sus ojos
no lágrimas sino palabras
brotando iban
y en medio de tal oscuridad brillaban
con el reflejo que de la luna les llegaba.

SUS OJOS

Cansados los negros ojos
del raro caminante
que en la negra oscuridad
iba diciendo:

"Dormir no pueden estos ojos
que me dan la oscuridad,
no la luz
que a todo ser viviente anima"

Y palpaba con sus manos
cada roca humedecida
que a orillas de los ríos
parecían esperarlo.

"Limpiar quisiera el polvo
de estos ojos
que de la luz
huyendo van sin quererlo."

Luego con la punta de su pie desnudo
buscaba el suelo firme
y no rodar más
hacia el profundo valle
que sólo él imaginaba,
en la noble travesía,
que todo su cuerpo hacía en vano
porque nadie en la otra orilla lo esperaba.

"Mas estos ojos
que todo el dolor me muestran
no me muestran lo que busco
todavía en este oscuro valle
donde me trajeron
otras voluntades
que hoy no puedo verlas."

Infatigable iba dando voces
unas que con dolor ya resonaban
otras que sin fuerza en el ruido se perdían.

EL VIENTO

Por la oscura senda la dura sombra iba
Luchando con el frío viento
que de alguna parte alguien le soplaba.
Apenas a mí su voz me alcanzaba:

"¿De qué lado malvado viento,
vienes a perturbar mi solitaria marcha,
qué labios azuzan tu instinto,
qué extrañas fuerzas
sobre mi cuerpo te dirigen?
Continuar debo yo este camino
que tanto tiempo
los dioses prometieron a mis ojos"

Quebrada la sombra iba entre las piedras
con humana voz diciendo:

"Salir quisiera de este indeseado
tiempo que la muerte acosa a mis ojos.
Mirar quisiera yo tus ojos
Noble Esperanza, en este valle,
antes que todo tinieblas sea en mi alma
y nada mover pueda mi cuerpo,
ni el desventurado viento
que sin razón mis pasos va truncando,
ni la desnuda noche
que cabalgando va por los desiertos deshielados
para cobijar mi nombre entre sus manos."

Más eran los ruidos
que sus pasos en el charco hacían,
lo que de él hasta mí llegaban.
El sonido de su hambrienta voz
con suavidad el viento aniquilaba.
Así, ya despuntaba para mí otro día,
y otra larga noche para él,
el frío viento a sus ojos ofrecía.

RÉQUIEN PARA DARFUR


Dios mío, ¿dónde queda Darfur ?
¿Qué camino seguir para encontrarlo?
¿Hay acaso una frontera de fierro,
una frontera de polvo y de miseria ?
¿Qué manos son las que me ocultan el camino ?

Dios mío, ¿dónde está Darfur ?
¿Acaso está hundida en la tierra,
acaso en la memoria inmoral,
que hunde sus garras negras en el hueso,
en la piel seca de los cuerpos que ni sombra tienen ?

Dios mío, ¿dónde están los niños de Darfur?
¿Dónde están que no los veo?
¿Son acaso mis ojos ciegos,
o es puro sueño lo que vivo y lo que veo ?
Siento un grito enterrado en el polvo de mi ser.

Dios mío, ¿dónde están las madres de Darfur ?
¿Quién engendró esta noche amarga para ellas ?
No hay ni lágrima, ni risa, ni pena en su mirada,
sólo llevan hambre en su vientre disecado,
esa cosa que sube como espinas a sus labios.

Dios mío, ¿dónde están los padres de Darfur ?
¿Son acaso aquellos laberintos que se mueven,
como hilos, que esquivando van el azote, la bala y el machete ?
Haber nacido en la tierra para mirar lo que miro.
Haber nacido en esta tierra para morir viviendo lo que muero.

Dios mío, ¿dónde está la tierra ?
¿dónde el árbol, el río, la llanura, la casa?
¿Y qué hago yo aquí, buscando lo que no busco:
aquella tierra, aquellos niños, aquellos padres,
dispersados todos, golpeados por el polvo negro siendo blanco ?

¿Dónde estás tú, perdido entre las nubes de polvo,
que hacen los que huyendo van y vienen
por los caminos infernales de Darfur ?
¿Acaso no hay piedad en tu mirada,
para alejar la miseria y los llantos del camino ?


TERREMOTO EN PERÚ (2007)


No puedo orar, ni llorar, pero oro
en el silencio frío de la tarde que se va.

No hay ventana ni puerta ni adiós,
porque no hay casa ni habitante que se va.

Todo queda en el pecho,
todo permanece en la memoria
porque el dicho olvido no existe para mí.

Los escombros a mis ojos llegan
como heridas fulminadas por un rayo.

Y llamo a mis parientes desde lejanas tierras,
llamo desde este muro que me aplasta,
y el teléfono no suena : extrañas voluntades lo cortaron,
para preservar sus onerosos dividendos.

Estoy bajo los escombros de la tierra
y respiro, y no respiro, y vuelvo a respirar.

Me llaman por mi nombre y no contesto,
no tengo voz, ni fuerzas ni camino,
estoy bajo una piedra, atrapado por el miedo.

Se oye otra voz, un llanto de niño, de padres, de amigos.
Se oye la tierra que vuelve a la tierra,
y yo estoy aquí, abrazado a un cadáver,
al cadáver de mi cuerpo, el tuyo, el mío.
Estoy aquí regado en el camino.

Oigo a lo lejos sirenas que se van,
y no me llevan, me dejan,
enterrado en el muro que construyó mi padre,
me quedo en la casa de mis padres,
en la casa de mis hijos, en mi casa para siempre.

Estoy herido, muy herido
en la carne y en el alma
estoy herido hasta el fondo de mis ojos,
hasta el fondo de mis huesos.

Yo no sueño nada, pero sueño con mañana.
No todo termina aquí, padre, hermano,
amigo que te quedas sentado en esa piedra acongojado,
que no te venza la orfandad,
ni el oscuro río de la muerte.
Mira aquella luz, el camino, la esperanza, la fe ;
oye la voz que llama en el desierto.

No fue el mar, fue la noche,
la antesala de la noche.
Debéis continuar y construir otra casa,
una casa más grande y más fuerte,
la casa de tu cuerpo, la casa de tu vida.

En este rincón de la tarde, oro
muy callado, en medio de los ruidos del mar,
del mar humano que gime de dolor,
y oro a Dios, a la Virgen, a los Santos que olvidé,
por irme por otras sendas más oscuras,
a gastar mi tiempo, mi energía y mi yo.

Aquí estoy sin una lágrima, enterrado
y renaciendo a orillas de este olivo
más allá del viento, más allá del mar.

miércoles, 10 de julio de 2013

El puertoriqueño José Gautier Benítez
(biografía, imágenes, videos y sus poemas)    
 

Biografía de:
JOSÉ GAUTIER BENÍTEZ 
(1848 – 1880)
Poeta puertorriqueño, nació en Caguas y falleció en San Juan. A Gautier Benítez se le considera como el más alto exponente del post-Romanticismo de Puerto Rico. Se le conoce también como "El Bécquer puertorriqueño", y no sin razón, porque la influencia becqueriana aparece a todas luces en muchos de sus poemas, tanto en cuanto a la técnica de la métrica y versificación, como al contenido. Hasta llegó a usar alguna vez el pseudónimo de "Gustavo".
Murió muy joven, a los treintaidós años, fue uno de los exponentes más grandes del pre-Modernismo hispanoamericano, por su elegancia en el estilo, su delicado sentimiento, su exotismo y fina dicción.
Pasó algún tiempo en España, haciendo la carrera de militar, sin llegar a ejercer dicha actividad. Mientras su estancia en España , la añoranza de si querida Isla se trasluce en algunos de sus mejores poemas, como se puede notar en tres poemas dedicados y titulados Puerto Rico.
Gautier Benítez fue un lírico consumado. Cantó a la amistad, al amor, a la patria y la muerte. Son conocidos sus poemas Ausencia, Regreso, y La barca.


PUERTO RICO

¡Borinquen!, nombre al pensamiento grato
como el recuerdo de un amor profundo,
bello jardín de América el ornato,
siendo el jardín América del mundo.

Perla que el mar de entre su concha arranca
al agitar sus ondas placenteras,
garza dormida entre la espuma blanca
del níveo cinturón de tus riberas.

Tú, que das a la brisa de los mares,
al recibir el beso de su aliento
la garzota gentil de tus palmares;

Que pareces en medio de la bruma
al que llega a tus playas peregrinas,
una ciudad fantástica de espuma
que formaron jugando las ondinas.

Un jardín encantado
sobre las aguas de la mar que domas,
un búcaro de flores columpiado
entre espuma y coral, perlas y aromas.

Tú, que en las tardes sobre el mar derramas
con los colores que tu ocaso viste
otro océano de flotantes llamas;

tú, que me das el aire que respiro
y vida al canto que espontáneo brota,
cuando la inspiración en raudo giro
con sus alas flamígeras azota
la frente del cantor; ¡oye mi acento!

El santo amor que entre mi pecho guardo
te pintará su rústica armonía;
por ti lo lanzo a la región del viento,
tu corazón lo dicta al corazón del Bardo,
y el Bardo en él su corazón te envía.

¡Oyelo patria! El último sonido
será, tal vez, de mi laúd; muy pronto
partiré a las regiones del olvido.

Mi juventud efímera se merma,
y ya en su cárcel habitar no quiere
un alma melancólica y enferma.

Antes que llegue mi postrero día
y mi cantar se extinga con mi aliento,
¡toma, patria, mi última poesía!
¡Ella es de mi amor el testamento!
¡Ella el adiós que tu cantor te envía!

Tres siglos ha que el hombre
encerrado en el viejo continente
ni en ti soñaba ni soñó tu nombre.

....

Tres siglos ha que el hombre
encerrado en el viejo continente,
ni en ti pensaba, ni soñó tu nombre.

Tu ser fue una bellísima quimera
a los que vían el confín del mundo
de Thule en la fantástica ribera;

Pero sonó una hora en el gigante
reloj que marca su existencia al orbe;
y abrió sus ondas al airado Atlante.

El dedo del destino tocó
de un hombre en la ardecida frente,
y entre las ondas le mostró un camino.

El tan solo quería,
cruzando las regiones del occidente,
volver al sitio donde nace el día;

Al viento del azar tendió sus velas
desde el confín del túrbido océano,
y la suerte llevó sus carabelas
a chocar con el mundo americano.

De ese mundo bellísimo fragmento
ere, ¡oh patria!, que en el mar lanzara
un cataclismo al estallar violento;

más trajiste tan sólo su belleza
sin copiar del inmenso continente
la pompa y el horror de su grandeza;

ni el Tigre carnicero,
ni el León, ni el Jaguar en tu montaña
lanzan su grito aterrador y fiero;

ni el Boa se retuerce en la llanura,
ni entre las aguas de tu manso río
turbar la onda transparente y pura
se ve al Caimán indómito y bravío.

Ni arrojas al Atlante
de la playa pacífica, el inmenso
rey de los ríos, Marañón gigante.

Ni tus montes con ruido subitáneo
estremecidos en su base crujen,
cuando con ronco respirar titáneo
el Orizaba y Cotopaxi rugen.

Y no estremece un Niágara tu suelo
al desplomar la inmensa catarata,
en la que el iris, el pintor del cielo,
une a las franjas del luciente plata
oro, y carmín, y púrpura y topacio,
mientras en los cristales se retrata
fiero el cóndor, monarca del espacio.

Tienes... la caña en la feraz sabana,
lago de miel que con la brisa ondea,
mientras su espuma, la gentil guajana
como blanco pulmón se balancea.

Y la palma, que mece en el ambiente,
encerrada en el ánfora colgante,
la ninfa pura de su aérea fuente;

y de tus montes en el ancha falda
donde el cedro y la péndola dominan,
luce el cafeto la gentil guirnalda
del colmo ramo que a la tierra inclinan
las bayas del carmín y de esmeralda.

Tú tienes, sí, tus noches voluptuosas
que amor feliz al corazón auguran
y en un vergel de lirios y de rosas
manantiales de plata que murmuran.

Tórtolas que se quejan en los montes
remedando suspiros lastimeros
palomas y turpiales y sinsontes
que anidan en floridos limoneros.

Todo es en ti voluptuoso y leve,
dulce, apacible, halagador y tierno,
y tu mundo moral su encanto debe
al dulce influjo de tu mundo externo.

Por eso, en aquel día
que abordaron las naves castellanas
a tus bellas riberas, patria mía,

tus tribus aborígenes,
dominando el temor que las llevara
al seno oscuro de tus selvas vírgenes;

tranquilas contemplaron
regresando apacibles a tu orilla,
cómo los brazos de la cruz se alzaron
bajo el rojo estandarte de Castilla

Pura amistad vehemente
unió los hombres que aportó el abismo,
del indio rudo en la tostada frente
cayó la onda sagrada del bautismo.

Después, ya roto el temor el dique,
la llama del amor lució esplendente,
la dulce hermana del primer Cacique
llamó su esposo al paladín de Oriente.

Y tú fuiste el joyel que traspasaba
el casto beso de su amor primero,
del señorial cintillo de Agüeynaba
a la corona del monarca ibero.

....

Y después... y después,,,, nunca mi canto
pinte el hondo luchar de las pasiones,
ni el exterminio, ni la crueldad y el llanto,
mancha de los humanos corazones.

Borremos del error las hondas huellas
que a la infeliz humanidad desdoran,
porque hombre soy... y me avergüenzo de ellas.

Llegó un día fatal de horror y duelo,
que en el del oro tras el torpe lucro
la vil esclavitud manchó tu suelo;

¡y el huracán del golfo americano
dejó las naves abordar tranquilas
a las riberas del jardín indiano!

Y tú, ¡patria!, la perla de Occidente,
¡no te volviste al seno de los mares
para lavar la mancha de tu frente!

Más no en vano en Judea
corrió la sangre de Jesús,
sellando el triunfo de su santa idea;

más no en vano anhelante
camina el mundo por al ancha vía
del progreso adelante;

brilló una aurora de feliz memoria
en que cesaron lágrimas y duelos
borrándose una mancha de la historia,

y mil y mil acentos
dieron tu nombre, ¡Libertad sagrada!,
a los montes, los valles y los vientos.

¡Y ni una sola represalia impía!,
¡ni una venganza profanó tu suelo!
¡Bendiciones y cantos, patria mía,
perdiéronse en las bóvedas del cielo!

¡Extraño cuadro! que en el ancha tierra,
al vencer la opresión en lucha santa,
de entre el lago purpúreo de la guerra
la libertad sangrienta se levanta.

Dios debió sonreír y viendo a su hechura
hacer del paria compañero altivo,
y del ángel tomar la investidura
al realizar un el yugo del cautivo.

Y bendecirte conmovido y tierno,
porque sólo en tu suelo hospitalario,
al dulce influjo de tu mundo externo
se vio la Redención del Calvario.

......

Otro paso adelante; sin que vibres
el arma fraticida,
en el concierto de los pueblos libres
se levanta tu voz; savia de vida
y juventud circula por tus venas,
cuando la noble España conmovida
quebranta del colono sus cadenas.

Ya no eres, patria, un átomo perdido
que al ver su propia pequeñez se aterra,
ni un jardín escondido
en un pliegue del manto de la tierra.

Eres el pueblo que su voz levanta
si la justicia y la razón le abona,
que las exequias del pasado canta
y el himno santo del progreso entona.

Tú no serás la nave prepotente
que armada en guerra, al huracán retando,
conquista el puerto, impávida y valiente
las ondas y los hombres dominando;

pero serás la placida barquilla
que al impulso de brisa perfumada
llegue el remanso de la blanca orilla;

Tal es, patria, tu sino,
libertad, conquistar, ciencia y ventura,
sin dejar en las zarzas del camino
ni un jirón de tu blanca vestidura.

Empero..., si me engaño,
si me reserva mi destino impío
llorar tu ruina y contemplar tu daño;

si he de escuchar tus ecos
devolverme entre lágrimas y horrores
el ronco acento de los bronces huecos;

si fuera mi laúd el destinado
para cantar tu pena y tu agonía....
¡Ah, que le mire pronto destrozado
en mis trémulas manos, patria mía!

Y antes que el mal en tu recinto nazca
y contemplarlo con espanto pueda ....,
¡que disponga el Señor cuando le plazca
de este resto de vida que me queda!

Mas si Jehová le concedió al poeta,
al cantar a su patria y a su destino,
la doble vista del veraz profeta;

si ha de unirse mi nombre con tu historia
para ser el cantor de tu alegría,
para ver el heraldo de tu gloria.

Dios me conceda al verte
de venturas y triunfos coronarte,
¡una vida sin fin para quererte
y una lira inmortal para cantarte!
AMERICANA

Vente, niña, a mi bohío
vente, niña, a mi conuco
ven, que ya está mi cayuco
junto a la orilla del río.

Abandona las murallas 
de los campos por la alfombra
y ven a gozar la sombra
de un bosque de pitahayas.

Y verás cuán placentero
bajo mi techo de yagua
es oír sonar el agua
del tropical aguacero.

Quiero verte en mi batey
más esbelta y seductora
que la espiga cimbradora
que se eleva del maguey.

Mas pronto, pronto, mi bien
si no quieres que mi vida
mustia, triste y abatida
cobije el guariquitén.

Son más rosados tus labios
que la fruta del cijao
y es más dulce que melao
tu sonrisa a mis agravios.

Es tu cariño mi ley
tu desdén es mi verdugo
más mortífero que el jugo
que destila el marunguey.

Cuán diferente, bien mío
corre al par nuestra existencia
tú en tranquila complacencia
yo en inquieto desvarío.

Tú eres la rosa galana
que de púrpura se viste
y yo soy la palma triste
que vegeta en la sabana.

Tú eres la calandria leda
que trina dulce, amorosa
y yo un ave misteriosa
quejándose en la arboleda.

¡Ay!, mi vida tiene brumas
que ocultan mis peregrinas
visiones, cual las neblinas
en el monte los yagrumos.

Y el llanto de mi tristeza
ya corre cansadamente
como asoma lentamente
la resina en la corteza.

Pero en cambio a mi dolor
a mi pena y mi agonía
tengo un cielo, vida mía
que es el cielo de tu amor.

Reflexiona, por piedad,
las palabras que te digo
y ven a partir conmigo
mi conuco y mi heredad.
EL MANZANILLO

Hay en los campos de mi hermosa antilla
en el suelo feliz donde he nacido
como un error de la natura, un bello
arbusto que se llama el manzanillo.

Tiene el verde color de la esmeralda
y su tupida, su redonda copa
esparce a su alredor en la llanura
fresca, apacible, deliciosa sombra.

Mas, ¡ay!, el ave al acercarse tiende
para otros sitios el cansado vuelo
porque su instinto natural le indica
que su sombra es mortífero veneno.

Todas las plantas en la selva umbría
entrelazan sus ramas y sus hojas
y al halago del viento se acarician
y se apoyan las unas en las otras.

Y unidas crecen en amante lazo
y unidas dan al aire su fragancia
y el manzanillo solo en la ribera
y el manzanillo solo en la montaña.

¡Ay!, cuántas veces al mirarlo, cuántas
con honda pena, con dolor he dicho
¿Si será mi existencia en esta vida
la existencia fatal del manzanillo?
ROMANCE

I

Hermosísima Cacica
de los montes tropicales,
la de la negra melena,
la de los ojos muy grandes;
tres lunas ha que te busco
par la orilla de los mares,
por la cima de los montes,
por el fonda de los valles.

Al no verte en el areito
ni en la choza de tus padres,
ni en el baño que cobijan
pomarrosas y arrayanes,
murió la risa en mis labios,
y de verter llanto a mares,
pierden su brillo los ojos
que reflejaron tu imagen.

Mis guerreros ya no tocan
caracoles y timbales,
y temerosos me siguen
sin atreverse a mirarme;
que a todo el mundo pregunto,
y no me responde nadie,
¿do está la hermosa Cacica
de los montes tropicales,
la de la negra melena,
la de los ojos muy grandes?


II

Le he prometido a quien diga
el lugar do puedo hallarte,
la mitad de la cosecha,
la mitad de mis palmares,
mi castillo de Cacique,
el que heredé de mis padres,
hecho con oro del Yunque
sin liga de otros metales;
mis más hermosos aretes,
mis más hermosos collares
y con mi carcaj de concha
embutido de corales,
mis flechas más aguzadas
y mi arco de más alcance.

Los ancianos de la tribu
quieren el mando quitarme
porque dicen que el Cemí,
de rigor haciendo alarde,
me ha convertido en un niño
que nada entiende ni sabe,
que el jugo de la tebaiba
ha emponzoñado mi sangre.

¿Qué me importan las riquezas?
Los honores, ¿qué me valen
si no he de verte a mi lado,
si conmigo no las parte
la hermosísima Cacica
de los montes tropicales,
la de la negra melena,
la de los ojos muy grandes?


III

¡Oh!, ¡quién sabe si el Caribe,
como las marinas aves,
con alas de la tormenta
cruzó de noche los mares,
y en las playas de Borinquen
movió sus huestes falaces
como serpientes astutas,
como zamuros cobardes,
si hora gimes en prisiones
muy lejos de tus hogares,
y si mi nombre pronuncias
en medio de tristes ayes!

Si así fuera... por las playas,
por los montes y los valles
sonaran en son de guerra
caracoles y timbales;
y si piraguas no hubiesen
o los vientos me faltasen,
al frente de mis gandules
cruzara a nado los mares,
cayendo sobre esa tribu
y bañándome en su sangre,
como cae el guaraguao
sobre paloma cobarde.

Pues diera fuerza a mi brazo
y fortuna en el combate
el nombre de la Cacica
de los montes tropicales,
la de la negra melena
la de los ojos muy grandes.


IV

Mas, ¡ay!, si mi amor olvidas
como el yagrumo variable;
si has dejado que otros ojos
con sus miradas te abrasen,
que otras manos te acaricien
y que otros labios te llamen.

Si oculta en la verde gruta
al declinar de la tarde,
borras mis ardientes besos
con los besos de otro amante...,
pues sabes que en ti no puedo
de tus traiciones vengarme;
permita el cielo, Cacica,
que en el próximo combate
caiga sin honra ni gloria
y que el pecho me traspase
una flecha de Caribe
mojada con el curare;
que al fin por tu amor muriendo
tal vez llegues a llorarme,
hermosísima Cacica
de los montes tropicales,
la de la negra melena,
la de los ojos muy grandes.
ORIENTAL

Hermosísima sultana
de los jardines de Hiram,
sonrisa de la mañana,
por mirarte a la ventana
diera su reino un sultán;

Sus jardines orientales,
sus alfombras y pebetes,
ruiseñores y turpiales,
sus cachemiras y chales,
sus Zegríes y Zenetes;

Diera sus galas y flores,
sus esclavas y su harén,
sus sueños embriagadores
y la existencia de amores
prometida en el Edén.

Mas, ¡ah!, maldice su oro,
y su pompa, y su esplendor:
no puede el monarca moro
pagar, con todo un tesoro,
una sonrisa de amor.

Por eso lanza su gente
en algara a la frontera,
por eso nubla su frente
y va buscando impaciente
una lanza que lo hiera.

Por eso el monarca moro
quiere morir con honor,
pues ha tornado a desdoro
que no alcance su tesoro
para pagarte su amor.
ZORAIDA

En gótica estrecha torre
que el agua del Tajo baña,
y que un peñasco domina,
como lúgubre fantasma
que en triste noche de insomnio
evoca tímida el alma,
sin pajes y sin doncellas,
sin juglares y sin zambras,
separada de Toledo,
gime la bella Zoraida,
porque dejó que en su rostro
fijase ardiente mirada
el jefe de los donceles,
el capitán de la guardia,
el del la blanca garzota,
y la corva cimitarra.

El orgulloso africano
que de insensible hace gala,
y es severo con los hombres
y severo con las damas.

El que desprecia las sedas
y los perfumes de Arabia
el que asiste a los festines
como asiste a las batallas,
y al lado de los caftanes
y las túnicas bordadas,
los encajes y las cintas,
lleva la cota acerada,
lleva la blanca garzota
y la corva cimitarra.

Mas, ¡ah!, contra amor no valen
las armas mejor templadas,
ni hay guerrero que resista
la fuerza de una mirada
que penetra por los ojos
y se apodera del alma,
y por eso... en los jardines
del palacio de Galiana,
cayó una noche, rendido
de hinojos ante Zoraida
el jefe de los donceles,
el capitán de la guardia,
el de la blanca garzota
y la corva cimitarra.

Nada valió su cariño,
su pasión inmensa, nada.
No se apiadó de su pena
la bellísima Zoraida.

¿Qué le importaba a la hermosa
que la Corte festejaba,
que la amase con delirio
el capitán de la guardia?

Mas iba pasando el tiempo
en dulce apacible calma;
si Zoraida no accedía
ya su altivez no era tanta,
ni tan esquivo su acento
ni tan glacial su mirada,
y por eso... en una torre
que el agua del Tajo baña,
separada de Toledo
gime la bella Zoraida.

Pero es el amor un árbol 
de florescencia tan grata,
que al brotar del corazón
nuestra existencia embalsama.
Es un prisma delicado
y a su través, en bonanza,
se ven cruzar de la vida
las dolorosas estancias,
arrulladas dulcemente
al soplo de la esperanza.

Y nada vale la fuerza,
y los obstáculos nada;
no caben ajenas leyes
en el imperio del alma,
porque el amor combatido
y en lucha con la desgracia,
es impetuoso torrente
que al final de su jornada,
al hallar modesto dique
cortando su rauda marcha,
parece duda un momento,
riza la espuma nevada,
en sí mismo se revuelve,
junta sus aguas... y salta.

Así pensaba una noche,
noche lóbrega, enlutada,
el jefe de los donceles,
el capitán de la guardia,
el de la blanca garzota
y la corva cimitarra.

Y animándose de pronto
su antes lánguida mirada,
por una escala secreta
bajó rápido a la cuadra,
tomó su negro corcel
de los desiertos de Arabia,
y al dejar la población
a todo escape se lanza.

Salvando riscos y peñas
el noble bruto volaba,
y el capitán impaciente
más aguijaba su marcha,
sin detener su carrera
frenética, desalada,
hasta llegar a la torre
que el agua del Tajo baña.

Allí, apoyado en un muro,
fija en la estrecha ventana
una mirada, en que envía
todo el amor de su alma,
y vio la sombra de un bulto
tras la cortina de gasa,
y muriendo de emoción
le dirige estas palabras:

"Luz y encanto de mi vida,
mi bellísima Zoraida,
paloma de blancas plumas,
tórtola que triste cantas.
De Damanhur fresco lirio,
de Ceilán perla preciada,
no me olvides, no me olvides,
hurí que del cielo faltas,
y ten, nevada gacela,
en Dios y en mí confianza.

Yo sé que no necesitas
para amarme, mi Zoraida,
que me presente a tus ojos
cubierto de ricas galas,
pues no se compran con oro
los sentimientos del alma.
Pero ¡ah!, mi bien, que no piensan
como tú los que te guardan.

Mas... le arrancaré al destino,
en generosa demanda,
coronas para tu frente,
perlas para tu garganta,
para tu cintura chales,
y alfombras para tus plantas;
y volveré, vida mía,
pero con riqueza tanta,
que no ofenderá mi orgullo
quien de mis brazos te arranca".

Callóse aquí el caballero,
se agitó la leve gasa,
y asomóse al ajimez
la bellísima Zoraida;
y vio que en negro corcel
sobre Toledo adelanta
el jefe de los donceles,
el capitán de la guardia,
el de la blanca garzota
y la corva cimitarra.

UN SUEÑO

Soñé que la mujer a quien adoro
con infame perjurio me engañaba
y a otro amante feliz, le abandonaba
de su amor el bellísimo tesoro.

Soñé que apasionado, que sonoro
su beso en otra boca resonaba
y aunque el sueño mis párpados
cerraba los abrían las fuentes de mi lloro.

Si en el drama futuro de mi vida
tan inmenso dolor me está esperando
que la muerte de mí compadecida

antes me brinde su reposo blando
porque más que la tumba me intimida
mirar despierto lo que estoy soñando.

LOS OJOS DE T.

Un astrónomo viendo las estrellas
preguntó la razón
de por qué le faltaban las más bellas
a una constelación.

En vano ¡e1 infeliz! se fatigaba
queriéndolas hallar,
y del cielo a la bóveda miraba
¡qué habría de encontrar!

Cansado de mirar al firmamento
a tus ojos miró.
"¡Por fin!", exclama, y se marchó contento
pues entonces las vio.

COMO TÚ QUIERAS

Bajo el sol tropical de las Antillas
marchítase la flor;
como ella palidecen tus mejillas
al fuego del amor.

Mas la pálida rosa, vida mía,
la reina es del pensil,
y la besan, temblando de alegría,
las auras del abril.

Sé, en buen hora, la rosa que fragante
al aura da su olor,
y yo seré... la brisa susurrante,
la brisa del amor.

DEBER DE AMAR

Mientras errante por extraño suelo
me acuerde de mi patria;
mientras el santo amor de la familia
guarde mi alma;
mientras tenga mi mente inspiraciones,
sonidos mi garganta;
mientras la sangre por mis venas corra,
tengo que amarla.

Mientras pueda a los cielos levantarse
tranquila mi mirada;
mientras me dé su aroma delicado
la flor de la esperanza;
mientras tenga de amor gratos ensueños
ilusiones doradas;
mientras tenga vida y sentimiento,
tengo que amarla.

Mientras guarde el santuario de mi pecho
de gratitud la llama;
mientras recuerde de mi dulce niña
el dolor y las lagrimas;
mientras recuerde que mi amor ha sido
su dicha y su desgracia;
mientras haya virtud, lealtad, nobleza,
tengo que amarla.

¡Sean mis sueños de placer y dicha
como sombras livianas;
sea mi pobre corazón un campo
sin verdor ni fragancia;
que no encuentre jamás en mi existencia
auroras de bonanza;
que mi vida sea un largo sufrimiento,
primero que olvidarla!

Que no pruebe jamás la miel del beso
de mi madre adorada;
que nunca aborde mi velera nave
al puerto de mi patria;
que las olas arrojen mi cadáver
sobre ignorada playa, 
todo, todo, lo juro! lo prefiero
primero que olvidarla.

ELLA Y YO

Ella tiene la gracia seductora
que a mí me enloqueció.
Ella tiene, en los ojos, del lucero
la limpia irradiación.

Ella tiene un hoyuelo en la mejilla
que amante le dejó
al besarla, prendado de sus gracias
el travesuelo dios.

Ella tiene en su límpida mirada
tesoros de pasión,
la diosa del talento, generosa,
sus dones le cedió.
Ella tiene muchísimos encantos...
¡no tiene corazón!

Yo no tengo riquezas fabulosas
que halaguen su ambición,
ni en el libro glorioso de la fama
mi nombre se grabó.

Yo no tengo el poder de los magnates,
su altiva posición;
Yo vivo pobre, solitario y triste
luchando con mi amor.

Yo no tengo siquiera versos suaves
que formen su ilusión;
todo, todo me falta en esta vida...
¡me sobra corazón!

EL POETA

Nace, vive y adelanta
por la senda de la vida,
y al recibir una herida
la citara toma y canta;

Y la turba se divierte
con el que, fija en el cielo
La mirada, por el suelo
do lleva el paso no advierte.

El se queja, y mientras tanto
se le escucha sonriendo,
quizás a veces creyendo
que son ardides del canto.

Y en su profunda aflicción,
de sus canciones benditas,
¡cuántas, cuántas van escritas
con sangre del corazón!

Aunque el genio el canto exhale
canta al par dolor y gloria
que el laurel de la victoria
cuesta más de lo que vale.

Y al esparcir gloria y luz
del mundo en el escenario,
encuentra en él su calvario
y su martirio en su cruz.

Si Jesús en su suplicio
llegando al último instante,
desencajado el semblante,
consumado el sacrificio,

Entre el ronco vocerío
del pueblo que le insultaba
con dulce amor exclamaba:
"¡Perdonadlos, Padre mío!"

Si su frente desgarrada
por la sangrienta corona
al suelo inclina y abona
la clemencia su mirada,

También el bardo, al sentir
que se acerca su partida
sintiendo luchar la vida
con las ansias del morir,

Venciendo su mal profundo
de su lecho se levanta,
su citara toma, y canta
como el cisne moribundo.

Siendo aquél su último cante
de su eterna despedida,
pura esencia de su vida
y perfume de su llanto,

Que cuando la frente inclina
al peso de su corona,
¡también bendice y perdona
al mundo que le asesina!

LAS AVES DE PASO

El cielo está en calma, la tarde serena,
y el sol declinando;
y al valle tranquilo dirigen su vuelo
las aves de paso.

Se ignoran sus nombres, que vienen de lejos,
de climas extraños,
y todos las miran, mas nadie conoce
las aves de paso,

las blancas palomas, que siempre tranquilas
el valle habitaron,
reciben alegres, con tiernos arrullos,
las aves de paso.

Que al fin ellas vienen de incógnitos valles
y es dulce su canto;
tal vez es por raras, que halagan, seducen,
las aves de paso.

Y aunque hay en el valle rendidos amantes
de cuello nevado,
prefieren las blancas palomas sencillas,
las aves de paso.

Mas ¡ay!, que saciadas al fin de caricias,
de nidos y granos,
de nuevo levantan su rápido vuelo
las aves de paso.

Y al verse burladas las pobres palomas,
exclaman cantando:
Malhaya la incauta que alberga en su nido
las aves de paso.

INSOMNIO

Cuán largas son las horas
de sufrimiento!
Cuán tristes son las noches
de los enfermos!

Por el día, los ruidos
y el movimiento;
el calor de los rayos
de un sol de fuego,
y la brisa que pura
restaura el pecho;

El jugar de los niños,
siempre contentos,
El estar en la casa
todos despiertos,
la abundancia de vida
y el bien ajeno,
Sobre los propios males
extiende un velo.

Mas cuando el sol se oculta,
y en el silencio
acrecienta las penas
insomnio eterno,
y cruzamos el mundo
de los recuerdos
amargando el presente
goces que fueron;

Cuando sólo se escucha
rugir el viento;
el reló perezoso
marcando el tiempo,
y el respirar forzado
de nuestro pecho.

Cuando no hay en la casa
risas ni juegos;
Cuando todos dormidos
parecen muertos
y cuando ya la aurora luce
en el cielo,
corona de zafiros,
manto de fuego,
y a la luz de la vida
y el movimiento
el mundo se despierta
feliz, risueño,
el reposo buscamos,
y sobre el lecho
se desploma el rendido
mísero cuerpo,

Los que pasáis la noche
placer bebiendo,
en el baile y la orgía,
teatro y concierto,
el espíritu alegre,
robusto el cuerpo,
que ignoréis siempre, siempre,
pido en mi ruego,

¡Cuán largas son las horas
de sufrimientos!
¡Cuán tristes son las noches
de los enfermos!
LA NAVE

Del mar de la vida las ondas en calma
cobra la luna con rayo fugaz,
y en el horizonte, cortando su curva,
descubre una nave, ¿quién sabe do va?

Y avanza y avanza cruzando las olas
y el blanco velamen ofrece al terral,
que juega en las flores de orilla lejana
y aroma la inmensa llanura de mar.

Ni ruido, ni voces, y todo en silencio.
Parece que solo camina el bajel.
Mas no, que buscando del norte la estrella,
tenaz a la caña se ye al timonel.

Estrellas y luna ¿do están? ¿qué se hicieron?
El éter no ostenta su límpido tul,
la mar se ennegrece, se turba, se agita,
y avanzan rugiendo los vientos del Sud.

Y allá en el nublado, confuso horizonte,
cual blanco a los rudos combates del mar,
bajando al abismo, subiendo a las nubes,
descubro una nave. ¿Quién sabe do ira?

La invaden las olas, la llenan de espuma
y azotan los flancos del débil bajel.
En medio del agua, del viento, del rayo,
tenaz a la caña se ye al timonel.

Y posa en el buque doliente mirada,
y llanto derraman sus ojos quizás,
al ver que no puede luchar con el viento,
al ver que se aumenta la furia del mar.

Mas no lo abandona, mas no desfallece,
comprende su grande, su santa misión,
y altivo levanta la impávida frente
que ofrece a los golpes del rudo aquilón.

Por más que se aumente la horrible tormenta,
por más que se estrellen las olas en él,
fijando en el norte la experta mirada
tenaz a la caña se ye al timonel.

....

Ya vuelven, ya vuelven las brisas tranquilas,
pasaron los vientos furiosos del Sud,
la mar se serena, se calma apacible,
y el éter recobra su límpido azul.

Cruzando las aguas que tocan la orilla
rompiendo las blancas espumas del mar,
y el ancho velamen al viento tendido,
descubro una nave, ¿quién sabe do va?

Lo sé, para el puerto: las últimas rocas
burlando que pueden romper el bajel,
lo mismo en bonanza que en ruda tormenta
tenaz a la caña se ve al timonel.
LA BARCA

(Struggle for life: Combate por la vida)

La aurora lucia tranquila en Oriente,
la luz inundaba los montes y valles,
las flores abrían los pétalos leves
y a Dios saludaban trinando las aves.

Solté mi barquilla, y al centro del río
de un golpe de remo lancéla contento;
¡marino errabundo, pensaba aquel día
hallar el ansiado magnifico puerto!

Un blanco fantasma se sienta en la caña
y el rumbo dirige, mirándome fijo,
y yo, desde el banco, le vía temblando
de horror y de angustia, de miedo y de frío.

Al fin me resuelvo. ¿Quién eres?, pregunto.
Con voz cavernosa responde el espectro:
"Yo soy el eterno patrón de las barcas
que al río se lanzan en busca de puerto".

Seguimos bajando la rauda corriente,
yo a entrambas orillas mirando con ansia,
que en una y en otra, del sol a los rayos,
castillos, jardines y bosques se alzaban.

Ya frente al primero, la barca se vía,
bizarros galanes y lindas doncellas,
asidos del brazo, diciéndose amores,
cruzaban el bosque, jardín y pradera.

Algunos en gruta de mirto y jazmines
buscaban la sombra y el grato misterio,
trayendo a la barca del aire las ondas,
ahogados suspiros, rumores de besos.

Volvíme al fantasma, que frío, inmutable,
miraba impasible tan dulces escenas,
y al fin le pregunto con voz anhelosa:
"¿Arrojo aquí el ancla?" Respóndeme: "Rema".

Bajé la cabeza, y un triste suspiro
salió de mi pecho, pensando en que alegre
pasara mi vida por grutas y valles
con una de aquellas hermosas mujeres.

Y sigo remando y el sol ascendía,
el agua imploraba mi labio sediento
y espléndida plaza veíase cerca
que alegre llenaba frenético un pueblo.

El remo abandono, y en medio la turba
a algunos contemplo ceñidos del laura,
tañendo sin pena la citara blanda
y dando a los aires su férvido canto.

Mis ojos despiden torrentes de lumbre,
la sangre a mi rostro de pronto se agolpa
y digo al fantasma con voz en que vibra
la fuerza de un alma que el triunfo ambiciona:

"También, coma ellos, yo tengo mi canto;
también, coma ellos, yo tengo una lira;
un mundo, cual ellos, yo siento en mi alma;
tal vez, coma a ellos, coronas me ciñan.

¡Qué hermoso es el triunfo! ¡Qué bella es la gloria!
¡Cuán luce en las sienes la noble diadema
que el Bardo conquista luchando constante!
¿Arrojo aquí el ancla?" Respóndeme: "Rema".

Al pecho, agitada, mi alma inclinóse
y amargas y ardientes corrieron mis lágrimas
cual plomo fundido quemando mi pecho,
dejándome inmenso dolor en el alma.

El sol a Occidente, con marcha tranquila
llevaba el tesoro de luz y colores;
la tarde llegaba; mi brazo rendido,
las ondas apenas hería del golpe.

Un último y grande castillo se alza,
aún brilla en el cielo la luz del ocaso
y el rayo postrero bordaba las nubes
con franjas de plata, de fuego y topacio.

Al pie del castillo, soberbios magnates
cobraban tributos de pueblos y villas,
y el oro rodaba, cual corre en las playas
al soplo del viento la arena amarilla.

"Ni amores ni gloria"-, pensé con tristeza-;
pues oro tengamos, poder y fortuna,
que el mundo se humilla delante del oro
y el oro es el amo de estúpidas turbas".

"Por fin- a la blanca fantasma le digo-,
un último puerto, ¿lo ves?, ya nos queda:
entrambas orillas desiertas contemplo.
¿Arrojo aquí el ancla?" Respóndeme:"(Rema"

Y sigo remando, y el golpe inseguro
movía con lento vaivén la barquilla;
la noche avanzaba, la tierra y el cielo
crepúsculo vago, medroso, envolvía.

Allá, tras la cumbre lejana del monte,
la luna cual globo brillante se alza,
y finge su rayo, jugando en la espuma,
encajes y blondas de azul y de plata.

Se extingue del río la rauda corriente,
perdiéndose en ancho, tranquilo remanso,
y ya a la barquilla faltábale fondo,
a veces la arena la quilla rozando.

De pronto la luna, rasgando las nubes,
alumbra una extraña ciudad en la orilla,
y cruces y verjas, cipreses y sauces
formaban las calles de tumbas sombrías.

Hirsuto el cabello, la faz descompuesta,
le digo al fantasma con voz temerosa:
"Aquí no es posible que el puerto busquemos
al centro del río volvamos la proa.

Mi brazo conserva su fuerza y empuje,
el último aliento gastemos remando,
¡y míreme lejos del cuadro sombrío
que forman las tumbas, cipreses y osarios!"

Con triste sonrisa que aterra y fascina,
me toma una mano la horrible fantasma,
y "Aqueste es el puerto -me dijo----;

llegamos; el remo abandona y arroja tu ancla".

ENFERMO
(A mi hija María)

Un noble marino anciano,
del viento y del sol curtido
abandonó, ya rendido
los embates de la mar;

Y no de las ondas lejos,
en la cercana ribera,
alzó la quinta, y la era,
y el jardín, y el palomar.

En su báculo apoyado
llegó luego a la vecina
aldea, la noble ruina
que retaba al aquilón;

Y allí pidió balbuciente
a un pobre y rudo aldeano,
de una doncella la mano,
de una niña el corazón.

Ya olvida entre dulces lazos
sus pasados sinsabores
y de sus tardos amores
brotan los frutos al fin;

Ya hay manecillas y gritos
que asustan a las palomas;
quien rompa flores y pomas
corriendo por el jardín.

Pero es muy tarde, y emprende
su viaje para el cielo
el que cruzó con anhelo
las llanuras de la mar.

.....

¿Dejaré, como el marino,
el bien, apenas logrado?...
¿Habré tarde levantado
quinta, huerto y palomar?



REDENCIÓN

Cuando uno muere, en la tumba
se queda encerrada el alma,
hasta el día que en la losa
rueda de amor una lágrima.

El sol el llanto evapora,
y en el vapor, a las altas
regiones del cielo asciende
tranquila y feliz el alma.

¡Triste de aquel que en su muerte
ninguna lágrima arranca!
¡No tiene quien lo redima
ni quien liberte su alma!



UN ENCARGO A MIS AMIGOS


Cuando no quede ya ni un solo grano
de mi existencia en el reló de arena,
al conducir mi gélido cadáver,
¡oh!, recordad mi súplica postrera:

"No lo encerréis en los angostos nichos
que cubren la pared formando hilera,
que en la lóbrega angosta galería
jamás el sol de mi país penetra.

El linde recorred del cementerio
y en el suelo cavad mi pobre huesa,
que el sol la alumbre y la acaricie el viento
y que broten allí flores y yerbas.

Que yo pueda sentir, si algo se siente,
a mi alrededor y sobre, muy cerca,
el ígneo rayo de mi sol de fuego
y esta adorada borinqueña tierra."
Josefina Pla(biografía, fotos, videos y sus poemas)
Biografía de:
Josefina Plá
http://www.los-poetas.com/poetas/jpla.jpg
(1909-1999)

Poeta, dramaturga, narradora, ensayista, ceramista, crítica de arte y periodista. Aunque española de nacimiento, su nombre y su obra están totalmente identificados con la cultura paraguaya de este siglo. Radicada en Asunción desde 1927, Josefina Plá ha dedicado toda su vida a labores artísticas del Paraguay y ha contribuido enormemente a su desarrollo cultural. Ha incursionado con éxito en todos los géneros y colabora de manera regular en innumerables publicaciones locales y extranjeras. Como merecido homenaje a su labor de tantos años, en 1981 la Universidad Nacional de su país de adopción le concedió el título de "Doctora Honoris Causa", galardón que se une a muchas otras merecidas distinciones de que ha sido objeto en los últimos años, entre ellas: "Dama de la Orden de Isabel la Católica" (España, 1977), "Mujer del año" (Paraguay, 1977), "Medalla del Ministerio de Cultura de San Pablo" (Brasil, 1979), "Trofeo Ollantay" del CELCIT, por investigación teatral (Venezuela, 1983) y "Miembro Correspondiente de la Real Academia Española de la Historia" (España, 1987). Con más de sesenta años de intensa y fecunda labor creativa y crítica, y más de cincuenta libros publicados hasta la fecha, nos limitaremos a mencionar aquí sólo algunos de los títulos más representativos de su extensa bibliografía. En poesía se destacan El precio de los sueños (1934), su primer libro, La raíz y la aurora (1960), Rostros en el agua (1963), Invención de la muerte (1965), El polvo enamorado (1968), Luz negra (1975) y cuatro poemarios más recientes: Tiempo y tiniebla (1982), Cambiar sueños por sombras (1984), Los treinta mil ausentes (1985) y La llama y la arena (1987). Su producción narrativa incluye algunas colecciones de cuentos, entre ellas: La mano en la tierra(1963), El espejo y el canasto (1981) y La muralla robada (1989). En teatro, es co-autora --con Roque Centurión Miranda-- de varias obras (Episodios chaqueños, 1933;Desheredado, 1942; y Aquí no ha pasado nada, premiada por el Ateneo Paraguayo en 1942) y autora de muchas más, entre ellas: La cocina de las sombras, Historia de un número(1969) y Fiesta en el río, premiada en el concurso teatral de Radio Cáritas (1977). De su prolífica producción ensayística y crítica más reciente sobresalen: Voces femeninas en la poesía paraguaya (1982), La cultura paraguaya y el libro (1983), En la piel de la mujer (1987) y Españoles en la cultura del Paraguay (1985).
El viajero

...Y, de pronto, el viajero
surgió. Sobre el sendero
sus pies dejaban pálido,
fosforente reguero.

Vio mi mano en oferta,
y dijo: -¿Es para mí?-
(Yo no sé si despierta
o en ensueños le oí).

...Extasiado, mirándole
los ojos, se lo di...
¡Poder no pensar,
poderse abandonar,
como el pétalo al viento,
como al fuego el sarmiento,
como la astilla al mar!

Caminito escondido
Caminito escondido
que te embozas en sombra
y con grama te alfombras,
y al silencio haces nido:

Caminito escondido:
eres humilde y breve,
y tu surco es muy leve
entre el bosque tupido.

Medio sol de mañana,
un poquito de luna,
un hilo de fontana,
son toda tu fortuna...

¡Poco tienes, sendero
enflecado de sauces,
mas tú sabes, camino,
que breve, pobre, austero,
en sombra, eres el cauce
de un designio divino.

También yo sé, camino
que, aunque corto y umbroso,
te vio el dolor celoso
y el amor adivino;

que alguna vez, acaso,
pudo encontrarte al paso
el hada de la suerte,

y que, en noche sombría
o en el claror del día,
te sabrá hallar la muerte!
  
El amor realizado

XII
El amor realizado es un sorbo de muerte
que nos pasa los labios, que se filtra en las venas.
El alma que nos cambia es más ancha y vacía:
más triste y más sedienta, la boca que nos deja.

Dentro del corazón, alárgase una sombra
cada vez que los labios su antiguo vaso llenan.
El amor realizado aguza en nuestros ojos
del imposible anhelo la trémula saeta,
y es paso que prolonga, en cruel hechizo mágico,
ante la planta laxa la cansadora meta...

Amor: perfecto guía para ir al encuentro
del dolor apostado al fin de cada senda...
  
Sueño
XV
A María Delgado Rodas

...Sueño que fuiste impulso de mi latido,
y alas en mi anhelar:
Te mata la vida que nutriste,
como la flor el fruto nacido de sus galas.

Afán que me hechizaste de tan triste,
pensamiento clavado
en mis frágiles pulsos; estilete sutil:
a esa punta que hincaste pereces, traspasado.
Loco sueño disuelto en mi sangre febril:
¡esa sangre te ahoga!
...Morir te miro, ensueño
que fue yo toda -como fue tronco toda hoguera,
y charco toda nube- en un trasvasamiento
imperceptible, blando, como un deshojamiento de rosa,
en un temblor de atravesada mariposa.

Morir te miro, ensueño,
como el árbol mirara arder el vicio leño
cortado de su rama, o pudrirse la hoja

de cuyo muerto libre saldrá la yema roja.
Morir te miro, ensueño,
y tu postrer tristeza es ya casi alegría,
¡y tu último suspiro es ya casi esperanza!

...Hoja muerta, que vuelves a la tierra madura:
¿en qué capullo nuevo, húmedo de ternura,
renacerás mañana, ensueño en agonía...?

Fuimos, en sueños compañeros
Fuimos, en sueños, compañeros:
la vigilia no nos unió.
¡Sólo en los sueños traicioneros
su pie a mi paso se ajustó!

Labios gemelos en el ansia:
¡no unisteis nunca vuestro ardor!
Pupilas, astros de constancia:
¡nunca rimasteis un fulgor!

Jamás la diestras se estrecharon;
los labios sedientos no hablaron;
pero el juramento existió.

Nunca las bocas se besaron;
¡de los besos que no quemaron,
brasa fue el doble corazón!


Soy

Carne transida, opaco ventanal de tristeza,
agua que huye del cielo en perpetuo temblor;
vaso que no ha sabido colmarse de pureza
ni abrirse ancho a los negros raudales del horror.

¡Ojos que no sirvieron para mirar la muerte,
boca que no ha rendido su gran beso de amor!
Manos como dos alas heridas: ¡diestra inerte
que no consigue alzarse a zona de fulgor!

Planta errátil e incierta, cobarde ante el abrojo,
reacia al duro viaje, esquiva al culto fiel;
¡rodillas que el placer no hincó ante su altar rojo,
mas que el remordimiento no ha logrado vencer!

Garganta temerosa del entrañable grito
que desnuda la carne del último dolor:
¡lengua que es como piedra al dulzor infinito
de la verdad postrera dormida en la pasión!

Haz de inútiles rosas, agostándose en sombra,
pozo oculto que nunca abrevó una gran sed;
prado que no ha podido amansarse en alfombra,
¡pedazo de la muerte, que no se sabe ver!
  
Amanecer
A Gastón Figueira

La mañana irisada, como fino cristal
se curvó sobre el ancho campo reverdeciente.
A la abismal succión del azul transparente,
agriétase la carne de un ansia germinal.

Y a la blondez purísima de su desnudez tierna,
la mísera corteza se nos cuartea en congoja,
y un sollozo nos sube desde la honda cisterna
en sombra donde el párpado su penitencia moja.

El dolor de las alas imposibles
nos curva más bajo el cansancio irredimible
que se adhiere a la carne dolorosa:
y en la punta de una hoja, radiante y temblorosa,
la
gota de rocío
nos finge aquella lágrima inefable
en que, por fin, pudiera el alma miserable
volcar la última gota amarga del hastío.

Tus manos

De las más hondas raíces se me alargan tus manos,
y ascienden por mis venas como cegadas lunas
a desangrar mis sienes hacia el blancor postrero
y tejer en mis ojos su ramazón desnuda.

En mi carne de estío, como en hamaca lenta,
ellas la adolescente de tu placer columpian.
-Tus manos, que no son. Mis años, que ya han sido.
Y un sueño de rodillas tras la palabra muda-.

...Dedos sabios de ritmo, unánimes de gracia.
Cantaban silenciosos la gloria de la curva:
cadera de mujer o contorno de vaso.

Diez espinas de beso que arañan mi garganta,
untadas de agonía las diez pálidas uñas,
yo los llevo en el pecho como ramos de llanto.

1939


Imposible

Vaciarme de paisajes, olvidarme caminos,
reedificar el arco de tu desnudo día.
Borrar tus ojos, sendas de mi llagado sueño,
y engriar en mi sangre tus dos terribles manos.

(...La estatua que he vaciado en soledad, volverla
raíz y musgo en tierra, canto y ala en el aire).

...O, en la antípoda lluvia de mi aherrojada llanto,
hacer cantar el muerto pájaro de tu beso.
Tornar a las cenizas las flechas de la llama,
reenhebrar en las venas el hilo del suspiro.

Y del dolor crecido, monstruo y criatura mía,
hacer de nuevo aquella sonrisa que en tus labios
me bautizaba tuya, con el nombre más mío.

1939
 
Concepción

Me tendrás a tu lado. Me besarás. Y luego,
como al moreno cántaro que espera al fin del surco,
a mi sumiso cuerpo se alargarán tus brazos.
Se saciará tu sed: la exigua sed de un hombre.

De mi lecho después, en largas madrugadas
hacer creerás el blanco camino del olvido.
Y sin embargo, ciego piloto de mi entraña,
conmigo habrás llegado por una noche sola,

a la encantada playa donde no está tu muerte.
Por el nocturno río caliente de mi sangre
irán tus ojos lejos, para jamás volverse,
tu voz prenderá en roca para perennes ecos.

Tú no lo sabes, hombre, tú no lo piensas, ciego.
Esta noche mi cuerpo será, ¡oh antiguo nauta!
el puerto de que zarpen las naves de otra aurora.
1939


Cómo

Ay, cómo abrirte este dolor de llaves,
en soledad de pulso amurallado.
Lo que ya se llevaron, cómo darte,
sueño, renunciación, ausencia, olvido.

Cómo franquear a tu claror las puertas
tras las cuales murió crucificado
cada latido virgen de tu nombre,
desposado no obstante de tu imagen.

Cómo agotar la senda de la ausencia,
el rumbo del viaje jamás hecho,
las jornadas cautivas del suspiro.

Ay, cómo en ascua recobrar ceniza,
y de la piedra absorta hacer el nardo
que se encienda a la orilla de tu sangre...

1953
 
Desde cuándo

...¿Desde cuándo marchabas a mi lado,
desde cuándo...? Tus pasos
¿desde cuándo, en la noche, aproximándose,
ocultos tras de cada latido...? ¿Desde cuándo...?

¿Desde cuándo, en la noche, por los valles sin nombre,
rastreando mi angustia?
Y tras de cada puerta abriéndose, y de cada
recodo el camino, ¿desde cuándo?

¿Desde cuándo tus sienes en las salvias
del reposo tranquilo?
¿Desde cuándo tus brazos en los cálidos ramos
del viril eucalipto, bajo las siestas altas?

...¿Y desde cuándo el pedregal desnudo;
desde cuándo el desierto irredimible?
¿Desde cuándo la brasa los párpados;
esta sed, desde cuándo?
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . .
...¿Desde cuándo este siempre irrevocable;
esta muerte creciendo, desde cuándo...?

1953
  
Desnudo día

En el paisaje nuevo
En el paisaje nuevo en que estarás conmigo
reposará la tarde como una flor caída.

Nos habremos deseado
tanto, que el beso habrá muerto.

Yo lo veré en tus ojos, maduros de otra sombra.
Ojos de un valle ausente. Ojos con otra luna

Entre los dos corazones
llorará tu voz
antigua.

...Una tarde peinada con una raya oscura.
Tú tendrás la mitad más dulce de la vida.

Las camelias de tu boca
morirán en otro tiempo.

...Y aquella tarde mía, ya no será la tuya.

1936

Trópico

Amargas lunas mates de estero hechizan, muertas,
noches de frutos altos y de tácitos vuelos.
Ríos de cocodrilos y de tortugas lentas
descaman las estrellas de un calcinado cielo.

En urgencia arterial, por roja tierra tibia
discurre el agua madre de las inundaciones,
mientras corolas túrgidas como sexos encienden
la lámpara votiva de las insolaciones.

Carnívoros estambres, piedras que encierran astros;
troncos que se hacen nudo mortal bajo agua quieta;
peces de aguda voz, aves de mudos rastros.

La Cruz del Sur, guardiana de sus misterios, arde,
cual cifrando en su acorde de siderales neones
la música del mundo en su primera tarde.

1938
  
Sueño de sueños

Secreta noche herida de menguante
cae donde no hay agua ni tierra.
Marcha a cortar el filo de la luna,
mis raíces, que están donde no estuve.

...Traerán mi corazón, negra violeta
que se durmió en la orilla de otro sueño.
Lo he de llamar y no sabrá su nombre.
Me ha de cantar, y no he de comprenderle.

Y llevaré, camino en mediodía
de veinte cielos con opuestos soles,
mi angustia en veinte voces sin mi sangre.

He de llorar mil años sin mi llanto
y he de dormir mil años sin mis ojos
noche con veinte pétalos de luna.

1938
  
El soneto de tu voz

Blanda en mi entraña, como tibia lluvia,
beso aplastado corazón a vena;
tiembla en mis ojos, como sol en río
tañe en mis pulsos dolorida plata.

Pincel que te dibuja estremecida
rama en el agua azul de mis anhelos
pasa por mí, y se lleva mi dulzura
como un rayo de luz que fuese abeja.

Ave a quien le nací con viento y nido,
su ala sabe el curso de mi arroyo,
y en el ángulo agudo de su vuelo

-punta de corazón hiriendo en flecha-
una gota de sangre nueva siempre
recarmina las rosas del deseo.

1939


Todo comenzó en el espejo

Todo comenzó en el espejo.
En la palma indiferente del agua
la nube fingió islas, cimientos el arco iris.
Todo comenzó en el espejo.
En el cielo engañifa de la charca
la rama empolló el huevo de la luna;
cosió el pájaro un velo con costura perdida.

Todo comenzó en el espejo.
La estrella guiñó mintiendo al pez incauto;
la luna escribió música que no despertó a nadie.

Y en el espejo una mañana
reconoció el viajero su secreto fantasma,
se vio pómulo y sien,
pupilas de agua para siempre cautiva,
frente como una lápida de sí mismo.
Se vio por fuera, se olvidó por dentro.
Y comenzó a clasificarse
según color y pelo.

Y los amantes murieron por él dos y tres veces,
y los viejos gustaron anticipada la agonía,
y el hombre del color perdió patria y amigos,
y la belleza vendió a su esposo el sueño.

-Todo comenzó en el espejo-.

Tan sólo

...Tan sólo una mirada,
una pupila sólo para todas las cosas.
Para la aurora y el ocaso,
para el amor y el odio,
para el amante y el verdugo,
la paloma y la víbora,
la estrella y la luciérnaga.

Solamente unas manos
para el cáliz y el látigo,
para la rosa y para el cacto.
Solamente unas manos
para la arena y el rocío,
para mecer la cuna,
y acariciar la sien del esperado,
y abrir el último agujero.

Una boca tan sólo
para el beso y el grito
y para la oración y la blasfemia.
Para el suspiro y la mentira,
para el perdón
y la condena.

Y tan sólo una sangre
para escuchar el tiempo,
para regar los sueños,
para comprar la herida y la agonía,
y destilar las lágrimas.

Ah, tan sólo una sangre
una boca, unas manos,
una mirada solo.
 

Déjame ser

Deja llevarme mi última aventura.
Déjame ser mi propio testimonio,
y dar fe de mi propia
desmemoria.
Déjame diseñar mi último rostro,
apretar en mi oído los pasos de la lluvia
borrándome el adiós definitivo.

Déjame naufragar asida
a un paisaje, una nube,
al vuelo humilde de un gorrión,
a un brote renaciente,
o siquiera al relámpago
que abra en dos mi último cielo.

Sujétame los brazos.
engrilla mis tobillos,
empareda mis párpados.
Pero tatuada una flor en la pupila,
crucificada un alba debajo de la frente,
acurrucado un beso en la raíz de la lengua,
déjame ser mi propio testimonio.
  

Las puertas

...Un cerrarse de puertas,
a derecha e izquierda;
un cerrarse de puertas silenciosas,
siempre a destiempo,
siempre un poco antes
o un momento demasiado tarde;
hasta que solo queda abierta una,
la única puntual,
la única oscura,
la única sin paisaje y sin mirada.


Invención de la muerte

Esa sombra
La veréis alargarse cada vez como un agua vertida
sin remedio
como un manto cayendo despacio de sus hombros
como si fuese él mismo arrepentido que quisiera
volver sobre sus pasos
-reptil de limpia muerte sin cadáver-

La veréis ahilar su arroyo
sobre un suelo
por siempre horizontal a la aventura

Y será también la única10
que dormirá con él reconciliada
con la sombra total
de que se desgajó
enemiga de todos los espejos un día.

Nadie le empuja

Nadie le empuja Nadie lo retiene
nadie le advierte nadie le cede el paso ni le espera

Indiferentes
le ven pasar con su sentencia
oculta como un zorro robado en la cintura
royéndole hasta el hueco de los dientes

Nadie le impide el paso ni le espera
porque todos quisieran ser los últimos.

Nadie le toca. Nadie
le empuja. Llega solo
llenándose sin nadie del silencio
de todos los que llegaron antes
tapiándose de nombres olvidados
y de palabras sin respuesta

Llega solo
nadie le empuja nadie le retiene
porque todos quisieran ser los últimos